Lo citó en un lugar grande, de esos que todos en el mundo conocen; era un restaurante muy fino, más de lo que podía pagar.
Llegaría a las ocho de la noche, casi dos horas después de lo que él llegó, mientras esperaba para entrar se imaginaba muchas cosas y se preguntaba otras tantas; no se veía comiendo frente a ella y solo imaginarlo le erizaba la piel, tenia miedo pero éste se ahogaba en la tremenda felicidad que sentía.
Sentado en una banca frente al lugar de reunión se miraba los zapatos y recordaba el primer día que la vio, recordaba la primera vez que tuvo oportunidad de hablar con ella, no habían pasado ni dos semanas de aquel momento y ya la había invitado a salir, pero tenía miedo de su avasalladora belleza y este era mayor a cada momento, cuando recordaba su rostro, su cabello, su figura y esa mirada que lo enamoró desde el primer momento; se sentía casi sucio, como revolcado en lodo y de pronto se creyó el mas feo y el mas tonto, el miedo era tal que se levanto de la banca y corrió desesperado con la sola imagen en su cabeza de su propia fealdad, de su torpeza.
Llegó a casa y temeroso miro el reloj, eran las ocho en punto; la imaginó llegando al restaurante, la imagino alegrándose por no tener que encarar a tan desagradable tipo, la recordó alegrándose cuando la invitó al restaurante, la recordó diciéndole lo mucho que había esperado que la invitara; miró el reloj, las manecillas marcaban la hora de su fracaso se dio la vuelta y se encerró en el baño.