Encendió un cigarrillo y continuó caminando esa fría noche de invierno. Entre el bullicio de la gente y los colores de los puestos de comida logró ver una figura resaltada por las luces de la noche. Una gabardina escondía un vestido ligeramente largo, ajustado con mesura a la delicada figura; unas zapatillas negras y una oscura cabellera sujeta con un broche morado.
Lo maravilló ese gesto en su rostro, una completa serenidad ante las carcajadas desencajadas de sus compañeras, y de pronto se sintió contento entre la multitud chillona y atosigante que parecía no querer dejar un espacio libre de gritos; se sintió feliz cuando sus miradas chocaron, cuando por un momento esos ojos serenos se posaron en los suyos, cuando el gesto lentamente cambio hacia él, se sintió feliz cuando por un momento se miro en ella, cuando por fin estuvo en ella.
Y los colores seguían ahí, y las luces permanecían iguales, y las risas opacaban el sonido de su voz que regresaba al gesto de sus compañeras, y para siempre dejó en ella la mirada definitiva, una mirada correspondida.
Apagó su cigarrillo a medio terminar en esa fría noche de invierno. Entre el bullicio de la gente un sonido delicado lo sobresaltó, se dio la vuelta y contemplo esa figura y al tiempo escuchó de esos labios una dulce melodía: En esta noche fría la muestra más grande de amor ha sido tu mirada y la mía.