jueves, 28 de enero de 2010

No permita que me quede solo

En la inmensidad de la soledad se sentía acompañado, ni por un momento se percato de que su fin se acercaba; estaba ahí solo, jugando con una piedrita en el piso seco y cuarteado, soñando, dándole vida a ese pedazo de tierra; lloraba pero no lo sabia, estaba sumergido en el mas alegre sentimiento, sentía sus manitas frías, sus pies descalzos, su ropita rota y sucia.

En un instante el viento lo golpeo derribándolo despiadadamente, pero no le importo, era parte del juego en el que estaba inmerso.

A la piedrita, a esa, a la que se aferraba, a la que le había dado vida convirtiéndola en un Capitán fuerte y capaz, a ella, le habían encomendado una misión:

Capitán -Decía con una vos ronca que se perdía entrecortada por el llanto- ¡No permita que me quede solo!

Y el Capitán obedeció, ni por un instante a pesar de su condición seca y muerta se desprendió un grano de arena de sus manitas lastimadas.

El viento traía la muerte, aquello que habían terminado con todo estaba próximo, pero no le importaba, no estaba solo, tenia de su lado al más fiero defensor de arena, tenia de su lado la sensación de compañía, tenía a un lado a su familia sin vida.

Y la muerte por fin llegó, ahí derrumbado por el frió quedo su cuerpo, sonriente aferrado al pedacito de tierra seca que por fin se desmorono con el viento.

jueves, 21 de enero de 2010

No podía dejar de mirar

En su delirio creía ver desvanecerse de la navaja el filo -como la cera se derrite con el calor de la llama- mientras ésta acariciaba el cuello de su amada, pero no podía hacer nada y las risas y burlas lo desquiciaban, tenia miedo de lo que veía y terror de pensar el inevitable futuro al que se enfrentaría. La misma navaja que chorreaba la rojiza sangre de su querida compañera le daría el final más cruel que pudiera existir.

Pero no podía dejar de mirar y la escena se repetía vez tras vez como si nunca fuera a terminar su martirio, una cadena de eventos interminables: la navaja en su cuello, el filo brillante, la sangre corriendo por el metal destellante y otra vez la navaja en el cuello. Pero no podía dejar de mirar, la expresión que ella tenía en el rostro era de un temor tan agobiante, de una necesidad alterada de dejar de sentir; ese sentimiento, ese rostro le enchinó la piel. Y con un lento y doloroso quejido ella dejo de existir y con ese doloroso y terrorífico quejido él quitó la navaja del cuello de su amada y limpio la rojiza sangre del metal brillante.