En la inmensidad de la soledad se sentía acompañado, ni por un momento se percato de que su fin se acercaba; estaba ahí solo, jugando con una piedrita en el piso seco y cuarteado, soñando, dándole vida a ese pedazo de tierra; lloraba pero no lo sabia, estaba sumergido en el mas alegre sentimiento, sentía sus manitas frías, sus pies descalzos, su ropita rota y sucia.
En un instante el viento lo golpeo derribándolo despiadadamente, pero no le importo, era parte del juego en el que estaba inmerso.
A la piedrita, a esa, a la que se aferraba, a la que le había dado vida convirtiéndola en un Capitán fuerte y capaz, a ella, le habían encomendado una misión:
Capitán -Decía con una vos ronca que se perdía entrecortada por el llanto- ¡No permita que me quede solo!
Y el Capitán obedeció, ni por un instante a pesar de su condición seca y muerta se desprendió un grano de arena de sus manitas lastimadas.
El viento traía la muerte, aquello que habían terminado con todo estaba próximo, pero no le importaba, no estaba solo, tenia de su lado al más fiero defensor de arena, tenia de su lado la sensación de compañía, tenía a un lado a su familia sin vida.
Y la muerte por fin llegó, ahí derrumbado por el frió quedo su cuerpo, sonriente aferrado al pedacito de tierra seca que por fin se desmorono con el viento.